El niño veloz

Era esbelto, risueño, inocente y muy veloz, si alguien me lo pregunta, así me describo a los 10 años de edad.

Y aunque el ser risueño, esbelto e inocente es algo muy normal entre los niños, el ser veloz, era una de esas cosas que me hacían destacar del resto de chamacos.

Todo empezó cuando tenía como 8 años, vivíamos en un rancho que mi papá había comprado (para molestarnos creo), que estaba súper lejos de la civilización, de hecho, el vecino más próximo estaba como a 30 minutos, y bueno, a mi papá no le afectaba porque el siempre andaba en su camioneta 4×4.

Lo malo era para mis hermanos y para mi, que cuando teníamos que ir a la tienda por algo (azúcar, sal, aceite, limones, naranjas, dulces, etc.), teníamos que aventarnos el maratón por un caminito entre milpas y terrenos de siembra, (aunque había camino para el automóvil, pero era dar más vuelta).

Recuerdo que cuando mi mamá decía algo como:

“huuy, ya se me terminó el aceite”
“necesito tomates para la comida”
“apenas me di cuenta que ya no hay azúcar”


Y otra larga lista de productos que se agotaban en la despensa familiar, todos corríamos a escondernos para evitar ser mandados a la tienda, pues era como una tortura caminar entre polvo, sol, y desierto (en tiempos de sequia).

En pocas palabras, ODIABAMOS IR A LA TIENDA, y a veces, rechazábamos ofertas tan buenas como, “50 centavos para un bolis” y aunque a veces mi mamá aumentaba la oferta a cosas más tentadoras como “$2.50 para comprar unas galletas”, era muy raro que alguien accediera a ir.

Y no me di cuenta de cuándo, cómo, dónde, a qué hora, y por qué, yo era el que más veces iba a la tienda, no entendía el truco (de hecho, tiene poco que lo descubrí).

En ciertas temporadas del año nos visitaba una tía de mi papá (en aquél tiempo tenía como 60 y tantos) y su esposo, que trabajó mucho tiempo para españoles, y se la vivía repitiendo frases que escuchaba de ellos. Tenía algunos trucos de belleza y remedios para todo tipo de padecimientos, su nombre es Carlota, y la conocíamos como “La tía Carlo”.

Su esposo era (porque ya murió), un viejito regordete y muy güero, que se la pasaba todo el día durmiendo (bajo el efecto de drogas que mi tía le daba), sufría como demencia, aunque nunca hizo feo, (excepto un día que se quería agarrar a golpes a mi tía), – es qué de joven fue boxeador -.

Bueno, para no salirme del tema, esta tía me caía muy bien, tanto que yo obedecía en todo lo que me pedía, y trataba (hasta la medida de mis posibilidades) de cumplirle en todo lo que me mandaba.

Y fue esa el arma secreta de mi mamá, pues cuando mi tía llegaba, casi siempre se la pasaban juntas, platicando, cocinando, etc. Y cuando necesitaba algo de la tienda, le decía a mi tía algo como esto:

“yo cuando quiero algo de la tienda, siempre mando a Nell (así me dice mi familia), porque el es bien rápido, de hecho, no se cómo le hace, no se tarda casi nada, parece que va volando”.

Y eso bastaba para que yo me sintiera el niño más especial del mundo, y discretamente entrara en la boca del lobo (acercarme a mi mamá y mi tía), pues segurito me iban a mandar a comprar algo, y por eso me adulaban.

Y ni mandado a ser, cuando me daba cuenta y despertaba de mi sueño e ilusiones propias de un niño especial y admirado, ya iba de camino a la tienda brincando entre los campos de siembra y caminitos estrechos, haciendo sonidos con la boca (como si fuera Gokú o Vegeta), y cuando se me atravesaba algo, recuerdo que le daba un golpe y hacía como si estuviera lanzando algún poder o algo así.

já!, de veloz no tenia ni un pelo, pero eso si, era muy inocente.

Sr. Blue Escrito por:

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