Mi abuelo Romualdo

Murió este año, después de una larga vida llena de trabajo, sacrificio, amor por su familia y una inocencia envidiable, mi abuelo materno de nombre Romualdo.

A decir verdad, conviví con él de manera directa un par de años durante mi infancia, tendría yo 6 años cuando fue a vivir con nosotros, para ayudar a mis papás en un rancho (terreno) que recién habían comprado, ya que mi papá a pesar de haber nacido en el campo vivió la mayor parte de su juventud en «el D.f» trabajando en fabricas, así que estaba un tanto empolvado en cuestiones propias de la agricultura y ganadería.

Después contaré las aventuras que pasamos en el rancho, esta publicación tiene más que ver con una anécdota que viví con mi abuelo.

Él viajaba todos los días desde nuestra casa en «la ciudad» al campo donde estaba el terreno, para limpiarlo y prepararlo para sembrar y despejar espacios que estaban cubiertos por carrizos. Yo siempre disfrutaba acompañándolo los fines de semana para «ayudarle», aunque sinceramente lo hacía porque me encantaba hacerme wey en el río, donde me la pasaba la mayor parte del tiempo jugando con la arena y metiéndome en el agua una y otra vez.

Aquél día mi abuelo estaba cortando carrizos, tarea que se dificulta porque después de cortar el carrizo como tal se tiene que extraer el camote con un pico o azadón para evitar que vuelva a retoñar. Mi tarea era muy simple, aventar los camotes al río para que la corriente hiciera lo propio.

Mi abuelo descansaba 2 o 3 veces máximo en una jornada de 8 a 10 horas, aún estaba fuerte, tendría 60 y tantos años de edad; pero parecía un roble de 40 años con toda la vida por delante, jamás se quejaba.

Se detuvo un momento, miró los carrizos y me dijo (con tono de hombre de rancho).

Uuuta, cómo no hubiera un aparato que levantara todo esto de un jalón para no batallar tanto.

No recuerdo si yo aún no conocía las retro excavadoras o si me valió chorizo el comentario, así que sólo asentí y me lo quedé mirando.

Volteó y me pidió que le acercara el cántaro de agua que dejábamos a la sombra de un árbol. Lo hice y se sentó un momento a esperar que le sirviera el agua en una jícara (cosa que hacía yo bastante mal porque siempre terminaba derramando), después de darle un sorbo prolongado y hacer el sonido de satisfacción de alguien que toma agua estando muy sediento, comenzó a buscar entre sus bolsas (de su pantalón) y al final de su camisa una cajetilla de cigarros «Gratos» sin filtro que nos daban fiados en la tienda de una señora que le decían «la Güera».

Sacó la cajetilla toda apachurrada donde quedaban quizá 5 o 6 cigarros, me miró y me dijo:

¿Fumas?

De manera automática respondí que si, así que alargó su mano y me dejó tomar un cigarro, acto seguido sacó sus cerillos y me lo encendió, luego sacó uno para él y casi al mismo tiempo fumamos.

En el mismo momento nos dimos cuenta que mi papá acababa de llegar en su camioneta del otro lado del arroyo, saludó desde lejos y llegó a donde estábamos, tardó un poco en darse cuenta que ambos teníamos un cigarro, y le dijo a mi abuelo:

Don Romualdo, ¿por qué le dio un cigarro al niño?

Mi abuelo sin prisa ni preocupación respondió:

Él me dijo que fumaba…

Mi papá no le dijo nada, solo me dijo que lo tirara, mientras mi abuelo sin mayor problema comenzó a darle los pormenores del trabajo que hicimos (o más bien que él había hecho) durante el día.

Mi mamá lo recuerda como un hombre que jamás la regañó ni le pegó, que nunca fue duro con sus hijos pero que a todos enseñó a ser buenas personas, me cuenta anécdotas muy tristes que tienen que ver con sacrificio, falta de dinero, pero que a pesar de todo mi abuelo siempre hizo lo posible por ver a sus hijos contentos.

Murió (como ya había comentado) hace meses, con 90 y tantos años de edad, aún caminaba y sembraba, no se quejó ni el día en que la muerte lo sorprendió, y ahora que lo pienso bien, me hubiera gustado haber pasado más tiempo con él cuando pequeño, ya que sin lugar a dudas me hubiera hecho bastante bien aprenderle algo más de su forma de ser y ver las cosas, así, sin tanta preocupación.

Sr. Blue Escrito por:

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