Mi primer Walkman

Hace poco más de 20 años los Walkman de Sony eran la onda, de hecho, en mi escuela (primaria) solo 2 niños tenían uno. Aún recuerdo la cara de cabronetes presumidos que ponían, cuando a la hora del receso sacaban tremendos aparatos bastos de tecnología e impresionaban a la multitud.

Y yo como era pobre (tenía un papá mega codo) y de familia numerosa, ni siquiera me imaginaba ser dueño de semejante pieza de ingeniería japonesa, y me conformaba con mi Yoyo (premier Jaguar) que era la segunda cosa más maravillosa (detrás del walkman) con la que yo podía soñar y anhelar poseer.

Aún no recuerdo en qué momento se me metió en la cabeza el dichoso Walkman, pero cuando me decidí a que debía ser dueño de uno, lo primero que hice fue pedírselo a mi papá, a lo cual solo obtuve como respuesta:

“Vete a hacer la tarea y quítate esa idea de la cabezota – cara de walkman tienes«

Acompañado de un Zape o coscorrón, no me acuerdo bien.

La cosa es que… luego de muchas semanas de soñarme brincando por las calles súper feliz escuchando mi música preferida en cassettes, y siendo la envidia de todos mis compañeros, vino una señal divina, quizá por eso que llaman «La ley de la atracción»:

– Ese día le tocaba a mi fila hacer el aseo del salón, me acuerdo perfecto que era un viernes por la tarde (iba a la vespertina), éramos como 6 compañeros los encargados de la limpieza ese día, aunque para ser honestos solo me acuerdo de Memo -de quien después les contaré- (un gordito güero güero).

Íbamos como a la mitad de la limpieza y me mandaron a traer el recogedor a la “bodega” (un cuarto parcialmente oscuro y repleto de cosas que me parecían súper interesantes, desde globos terráqueos, escobas, sillas rotas, mapas, juegos geométricos gigantes de madera, etc.).

Entre las cosas raras y curiosas que había dentro de la bodega algo llamó muchísimo mi atención, aún lo recuerdo; era amarillo, tenía un cable negro atado al rededor, y toda la pinta de ser un Walkman.

Discretamente y volteando hacía la puerta (para asegurarme que no viniera nadie) me fui acercando a el, estaba metido en la bolsa pequeña de una bolsa de mano hecha de un material como manta, misma que estaba colgada sobre un clavo en la pared.

Al mismo tiempo que me acercaba a la bolsa, por mi mente flasheaban imágenes de la Conserje de la escuela cruzando la plaza cívica con esa bolsa al hombro, indudablemente era de ella, yo lo tenía muy claro, pero mis ganas de tener el walkman eran superiores y me estaban dominando.

En ese momento (más que nunca) puse completa atención a la puerta, de hecho corté mi viaje hacía la bolsa para ir a checar que nadie estuviera próximo a entrar y me descubriera en pleno acto (hasta parecía puberto masturbándome en el baño, más trucha que una rata en la oscuridad).

Al final cerré más la puerta y estaba calculando que para entonces alguno de mis compañeros podría venir a ver que pasaba con el recogedor, pero eso no fue motivo para dejar de lado lo que posiblemente haya sido el plan más maquiavélico de mi niñez.

Me iba a robar el Walkman.

Estaba decidido y nada pudo evitarlo. Pero… aunque no fue la primera vez que robaba algo, sí era la primera que le robaba a otra persona: (generalmente le robaba 50 centavos a mi mamá para un bolis).

Y aunque por 1 segundo mi mano tembló, mi deseo de tener el Walkman era superior (mil veces mayor), y luego de acercarme sigilosamente a la bolsa, de voltear, revoltear y asegurarme de no dejar rastro que me pudiera incriminar; LO TOMÉ.

No podía creerlo; que un niño de mi edad (8 años) pudiera hacer eso (y no me refiero a robar, me refiero a tener un Walkman jajaja). Y ahora viéndolo de una manera más fría, era yo un ladrón en potencia, pues no corrí huyendo de la escena dejando rastros del hurto.

Pensé (si ahorita viene la conserje y se da cuenta que le falta su radiecito se va armar un desmadre, y segurito van a ir a buscar a las mochilas de todos los chamacos encargados de hacer el aseo).

Así que el segundo paso fue salir con el recogedor y el walkman en una de mis bolsas, e inmediatamente después de checar que nadie me estuviera viendo lo escondí en una masetera que tenía un arbolito muy frondoso, y donde siempre metíamos la basura y/o bolsitas del agua que nos tomábamos en la hora del recreo.

Luego corrí al salón donde mis compañeros estaban ya impacientes esperándome, y después de cuestionarme por la tardanza, yo con una sonrisa de oreja a oreja les dije que no encontraba el recogedor, y que si querían yo recogía la basura y la llevaba al basurero de la escuela para compensar de cierta manera el haberlos hecho esperar.

Obviamente aceptaron. Y mientras yo metía todo en una bolsa grande, ellos corrían como locos con sus mochilas para ganar la maquinita de Mario Bross que tenia un señor como a 2 cuadras de la escuela.

Me tomé todo el tiempo del mundo, y hasta me di el lujo de esperar a ver la reacción de la conserje al entrar a la bodega y darse cuenta del robo, pero me sorprendió mucho verla salir como si nada, cargando su bolsa blanca de manta, llena de quien sabe que cosas.

Pensé que no le había tomado importancia al hecho, aunque algo dentro de mí me decía: «No se dio cuenta, pero llegando a su casa va a notar que le hace falta, y entonces va a decirle al director y seguramente van a investigar y si te lo encuentran vas a valer madre».

Pero obviamente mi mente criminal era muy avanzada para mi edad y tenía todo bajo control; Al terminar de recoger la basura y llevar las escobas, recogedor y botes a la bodega, fui por mi mochila y discretamente me senté en la masetera donde había escondido el dichoso reproductor, luego de minuciosamente observar a mi alrededor, lo recogí y lo metí en mi mochila de un solo movimiento, hasta parecía todo un ilusionista, pues ni yo me di cuenta de que tan rápido pude hacer la maniobra.

Me fui corriendo (y como era súper veloz) sólo se alcanzaba a ver el polvo que levantaban mis pies, me parece que hasta escuchaba a la gente murmurar algo como “guau ese niño parece superman” -o no estoy seguro-.

La cosa es que ahí no termina todo, pues si las cosas no salían como las tenía planeadas, necesitaba una buena coartada. pues obviamente no podía llegar de la noche a la mañana con tremendo aparato de última tecnología a mi casa, así que me puse a pensar sobre las opciones que tenía, entre las que se encontraban:

– mantenerlo escondido en la casa
– usarlo solo en días festivos
– venderlo y comprarme otro (pero saldría peor)
– ocuparlo solo cuando me mandaran a la tienda
–  regresárselo a la conserje

Ninguna de las anteriores opciones me parecieron lógicas y/o viables, así que tuve que consultarlo con mi lado criminal, y luego de un pequeño debate, la solución vino a mí.

De camino a mi casa había un tiradero (poco a poco se hizo) de hecho, no era el camino oficial, era como un atajo por donde solo pasaba la gente caminando, pero por alguna extraña razón había mucha basura amontonada; desde pañales de bebé, hasta casseteras, televisores, y un montón de chatarra electrónica, hasta parecía que clasificaban la basura, pues de un lado estaba lo orgánico y del otro lo “tecnológico”.

La solución era tan obvia como perfecta, dejé el walkman debajo del montón de chatarra de ese basurero.

2 días después… cuando iba de paso con mis hermanos camino a la casa después de la escuela, puse mucho énfasis en que ellos se dieran cuenta de mi sorpresivo descubrimiento.

Me adelanté un poquito y a propósito pateaba la basura, al grado de casi casi detenerme a patear efusivamente las video casseteras BETA y los televisores viejos que quedaron encima de mi más preciado tesoro.

Luego de ver el resplandor del amarillo huevo de mi walkman, grité con asombro y dotes de actor: “miren, un radio, voy a ver si funciona”, mientras levantaba rápidamente el aparato que días antes escondí en ese lugar.

Mis hermanos estaban sorprendidos de mi buena suerte, y no se dieron cuenta de lo fingido que había sonado todo, de hecho, rápidamente se acercaron a verlo y manosearlo, a lo que yo con recelo decía; “espérense, yo lo encontré, voy a ver si sirve”.

Y sí, efectivamente el walkman funcionaba (obviamente), rápidamente desenrollé el cable de los audífonos -mientras mis hermanos exclamaban: “no manches hasta con audífonos y todo, préstalo, déjame escuchar”-.

El trayecto que faltaba hacia la casa me lo llevé escuchando (alguna estación de radio cualquiera) a todo volumen , y mis hermanos se encargaron de contar toda la historia con lujo de detalles, para que mis papás no tuvieran ni la menor sospecha de que ese aparato era producto de mi buena suerte y no de mi recién descubierto talento rateril (por llamarlo de alguna forma).

En la escuela no mencionaron nada (La conserje nunca se quejó).

Creo que el walkman me duró como 2 semanas, antes de que mi curiosidad por saber quien hablaba dentro del aparato me dominara, y el demonio del crimen fuera rebasado por la curiosidad de un niño de 9 años de edad.

Por cierto; me enteré que la conserje se llamaba Lulú porqué en la parte donde se le metían las pilas al aparato, venía escrito su nombre en un papelito.

Fin. 🙂

Sr. Blue Escrito por:

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