Yuyis y mis tenis de aire

Iba en primero de secundaria, atrás habían quedado los días inocentes en la primaria, aunque yo aún seguía siendo un niño de 10 años (entré a la primaria a los 4 años). Así como en la primaria tuve la ilusión de tener un Walkman (que a huevo conseguí), ahora en la secundaria anhelaba tener unos «tenis de aire», pues ilusamente creía que eso me permitiría encajar de mejor manera con los demás chamacos.

Obviamente los tenis de aire no los iba a conseguir como conseguí el Walkman, así que mi única opción era portarme bien en la casa y sacar buenas calificaciones para poder tenerlos, ya que cuando se los pedí a mi papá la primera vez sólo recibí su típica respuesta:

Cara de tenis de aire tienes tú muchacho, vete para allá a trabajar

Me soñaba corriendo en la pequeña explanada de la escuela rumbo a las canchas, jugando basquet brincando 2 metros de altura con mis tenis de aire, mientras las niñas me miraban emocionadas y con ojos de amor, siendo reconocido por mis compañeros al grado de pelearse por tenerme en su equipo.

No me importaba que fueran tenis clon, sencillos o de cualquier marca, con que tuvieran la capsula de plástico incrustada en la suela iba incrementar mi popularidad y falta de confianza, y en una de esas quizá hasta me permitirían conseguir novia, no sé.

Luego de meses haciendo méritos en la casa, mi papá accedió a comprarme los dichosos tenis, aún recuerdo que fue un lunes y solo tenía que esperar al viernes que sería quincena, para poder ver mi sueño volverse realidad.

Era jueves, los días me parecieron eternos, faltaban sólo unas horas para que mi sueño se hiciera realidad. El maestro (un hombre de nariz prominente, cabello en pre calvicie, delicado de la piel -que lo obligada a casi siempre traer bloqueador solar en exceso -, brusco al hablar, exigente como la fregada y uno de los mejores profesores que haya yo tenido) estaba explicando algo de matemáticas, cosas que sinceramente no estaba yo entendiendo en ese momento por estar pensando en que muy pronto estaría siendo el foco de atención y acabaría mi época de invisible.

Anunció que iría a la dirección a checar un asunto, así que nos dejó solos, no sin antes advertirnos que nos portáramos bien y todas esas cosas que dicen los maestros aunque sepan que nadie les hará caso. En cuanto dio los primeros pasos fuera del salón, el desmadre comenzó en torno a Tabo; un muchacho regordete, morenito, cabellos rebeldes tipo puerco espín, que siempre comenzaba a burlarse de quien se le cruzara en frente, y conseguía que todos a su alrededor rieran sin parar.

Yo estaba mirando a lo lejos todo ese escándalo con cierto recelo, pues moría por ser parte de el (pero tampoco entraba porque corría el riesgo de ser presa de las burlas), y me conformaba con pensar que en poco tiempo estaría siendo el punto de atención. De pronto recorrió por mi cuerpo una confianza por saberme tan cerca, y vino a mi una idea bien pinche pendeja (aunque en ese momento me pareció muy viable), me levanté de mi silla y sin pensarlo dos veces grité:

Oigan, oigan, yuyis anda de coqueta

Hacen una pausa en su desmadre, voltean y se quedan desconcertados mirandome, yo de volada proseguí y dije:

Si, miren, me está guiñando el ojo.

En unanimidad carcajearon (hasta los que no eran parte del desmadre), dándome 30 segundos de gloria.

Explico; Yuyis era una niña que tenía un problema en un ojo, lo tenía digamos como a un 30% de de su capacidad para abrirse, jamás preguntamos por qué, aunque obviamente era una cuestión de nacimiento, y nadie nunca se había atrevido a molestarla con ese asunto por obvias razones, y era indirectamente un tema que nos era prohibido y que hasta ese momento todos habíamos respetado.

La pobrecita de Yuyis echó a llorar con la cabeza puesta sobre la paleta de su mesa, cubriéndose con su suéter mientras las demás niñas no populares se acercaban e intentaban sin éxito consolarla. Por mi parte me estaba cagando de nervios porque sabía que había sido un error de dimensiones catastróficas.

En mi pendejada intenté decirle desde mi lugar (que estaba a 5 lugares del de ella) que «no era para tanto» – las niñas no populares que la intentaban consolar solo volteaban con ojos como de «chinga tu madre», ni siquiera se me ocurrió ofrecerle una disculpa.

De reojo vi el reflejo de la calva del maestro cruzando una pequeña cancha/explanada, rogando que pasara algo que lo retrasara al menos otra hora más o que mágicamente Yuyis se levantara de su butaca sonriendo diciendo «te la creíste wey», pero eso estaba a 10000 años luz de suceder.

Todos se sentaron en chinga en cuanto entró el maestro, yo me estaba cagando de nervios. Retomó la explicación de la hipotenusa o no sé de qué, para luego de unos minutos darse cuenta que Yuyis estaba en modo dramático como muerta sobre su mesa. De inmediato le habló, y antes de haber respuesta por parte de la afectada, alguna de las niñas no populares chismosas le contaron lo sucedido.

Con esfuerzo consiguió que Yuyis se dejara de dramas y nos sacó al patio, ahí me dio una regañiza disfrazada de explicación, mientras Yuyis en modo zombie solo pidió permiso para irse a su casa. Me pidieron llevar al otro día temprano a mi responsable.

Para sumarle más enredo a la historia, resulta que este maestro es amigo de mi papá desde hace muchos años, entonces había cierta confianza y también la cuestión de que de manera extra oficial informara con más detalles sobre lo acontecido, sobre todo menciono esto porque con este ya eran 3 reportes y me tocaba expulsión, sin embargo, mis papás no se enteraron de los reportes previos ya que les ahorré la molestia de firmarlos.

Al día siguiente me acompañó mi mamá a la escuela, aún recuerdo que de camino me iba preguntando sobre la razón del citatorio, a lo que yo haciéndome bien pendejo le decía que una niña estaba de igualada y que únicamente le había respondido y al final no se había aguantado, pero las mamás no son tontas, saben perfectamente cuando un hijo les miente.

Llegamos; el maestro saludó amablemente a mi mamá y comenzó preguntando cosas personales propias de la relación de amistad que existía, de manera que hasta pensé que no habría mayor problema. ¡Ni madres!, en cuanto acabó el breve protocolo comenzó a sacar el tema de los citatorios previos, mostrandole a mi mamá lo que supuestamente ella había firmado (de hecho la firma de mi mamá está fácil, por eso había optado por falsificar la de ella, porque la de mi papá me llevó más años dominar). Mi mamá no me cubrió en la mentira – a pesar de la carra de perro que estaba yo poniendo en ese momento -, desmintió el tema de las firmas, y prácticamente de inmediato el maestro dijo:

Yo le perdono a la gente cualquier insulto, menos que me mienten la madre, y para mi esto es como 100 mentadas de madre.

Para rematar sacó el tema que nos hizo llegar hasta tal punto, con lujo de detalles y llamando a Yuyis junto con 3 testigos (obviamente de las niñas no populares chismosas) para acabar de enterrarme en mis pendejadas -mientras mi mamá ponía una cara de desconcierto, desilusión, enojo y vergüenza -, llegó la sentencia, y fue tal como lo esperaba:

  • 3 días de expulsión (comenzando desde ese día)
  • Ir a casa de Yuyis a ofrecerle disculpas frente a sus papás
  • Lavar el fin de semana los tinacos del salón (este último castigo lo añadió el maestro a petición de mi mamá.

En el camino mi mamá me fue amenazando con todo lo que se le ocurría que me haría mi papá cuando le contara mis pendejadas, pero yo únicamente pensaba en que ni de pedo me iban a comprar los tenis de aire. Todavía recuerdo que con voz suplicante, lastimera y dramática intenté persuadir a mi mamá para que no le dijera nada a mi papá, pero ella tajantemente me dijo; «si no le digo se va enterar y va ser peor» -y claro que se iba enterar, porque el maestro era su amigo, y si no era de inmediato, en algún momento iba salir la platica y las consecuencias serían peores-.

Mi papá llegó como de costumbre a las 3p.m, horas que se me hicieron eternas y dolorosas (como cuando un reo sabe que lo van a poner en la silla eléctrica y no hay nada que pueda evitarlo). Yo hasta me puse en el patio para acabar lo más pronto posible con la agonía. Justo se detiene mi papá, se baja del carro y me dice:

¿Ya estás listo para ir por tus tenis?

Yo hice cara de perro a medio morir y dejé que luego de dar un paso dentro de la casa mi mamá se encargara de poner el último clavo en mi ataud. Obviamente hubo todo tipo de detalles en el relato. Yo anticipé las lagrimas antes de la chinga que me dieron (incluyendo cabletazos, regaños, gritos y todo lo que conlleva).

Los dos siguientes días fui a lavar los tinacos (que por cierto estaban extremadamente sucios) y como siempre me ha gustado hacer bien el trabajo, no me detuve hasta que quedé satisfecho de que había hecho todo lo posible por dejarlos muy limpios.

El miércoles que volví a la escuela estrené unos tenis verdes, ya que mis poderosos PANAM color blanco quedaron pintados por toda la porquería de los tinacos -algo que pensé se quitaría y al final de cuentas no fue así-. La condenada de Yuyis se hizo la difícil y me llevó toda una semana de ir diario a su casa para convencerla de volver a la escuela.

Años más tarde me largué a Estados Unidos a conseguir dinero para comprar mis tenis de aire, pero esa es una historia que les contaré después. 🙂

Sr. Blue Escrito por:

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